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1 de marzo de 2021 at 00:00
El alfabeto oghámico de los druidas celtas
El mundo celta es un ámbito cultural que suele despertar interés de manera espontánea. Tradicionalmente ha venido a entenderse icónicamente como una época y un lugar más o menos idílico, donde la vida transcurría de manera placentera en bosques frondosos, y donde el hombre y la mujer comulgaban en ecológica sintonía con la naturaleza. Más allá de este mito, que olvida las frecuentes disputas entre las tribus y clanes celtas, la transformación del paisaje que se dio en lugares como la Bretaña por la roturación de cultivos, y aun la leyenda negra de los sacrificios humanos atribuidos a estos pueblos, lo que sí podemos encontrar de hecho es un profundo conocimiento de la naturaleza por parte de la casta sacerdotal, druidas y dryadas mencionados por primera vez por Aristóteles, y cómo determinados elementos culturales y religiosos dieron consistencia a una mezcla por lo demás bastante heterogénea de pueblos con cierto origen común.
Hemos querido en este trabajo profundizar en uno de esos elementos culturales; en concreto, en el sistema de escritura atribuido en principio a los celtas insulares occidentales, y que, con cierto carácter simbólico y hermético, denominó a cada uno de los signos o grafías de su alfabeto, conocido como ogham, con un nombre de una planta (árbol, arbusto o hierba) del entorno, más o menos sacralizada, pero siempre reverenciada.
El ogham y el simbolismo de sus plantas
El alfabeto ogámico, ogham y aun egham, es un lenguaje escrito, comúnmente usado por druidas, tanto sacerdotes como bardos. Proviene de la asociación de distintos sonidos con las hojas de ciertos árboles, a modo de alfabeto. En su origen, el método de uso consistía, al parecer, en ensartar dichas hojas en un cordel, incluyendo entre ellas algunas sin sentido y que tenían la finalidad de volver indescifrable el mensaje para los no iniciados. Este alfabeto, al igual que el griego, era llamado Bethluis-nion (ogham), debido a sus dos primeras letras.
La controversia de la antigüedad del mismo viene de lejos, y los debates sobre el alfabeto oghámico se sitúan en Irlanda en fechas tan tempranas como el s. XV. El profesor Graves, en una reunión de la Academia Irlandesa, ya menciona el Libro de Lecan (1417), el cual contiene una copia del Uraicept, un tratado de gramática muy probablemente del s. IX, donde se recoge el alfabeto ogham, y que coincide en líneas generales con otras publicaciones de esta índole. Durante mucho tiempo, se dudó de que los pueblos de origen celta y picto, en cuyo idioma parece haberse usado este alfabeto, hubieran desarrollado tal medio de comunicación, y que el mismo hubiese sido inventado por los monjes que siguieron a san Patricio en la evangelización de Irlanda. Quizás a la confusión contribuyó el hecho de que muchos de los textos vinieran acompañados de cruces, que otros tantos se encontraran sobre lápidas en cementerios (obviamente, como piedras recicladas en este fin mortuorio), y que no pocos continuaran una tradición milenaria de culto, encontrándose en lugares santos (ahora cristianos), ermitas y santuarios, que únicamente vienen a seguir la costumbre secular de continuar un rezo ancestral, transformado a través de las distintas formas religiosas que vieron atravesar las tierras donde se instauraron estas tradiciones, hace milenios.
Los testimonios sobre el ogham aún pueden remontarse más en el tiempo. Existe otra mención aún más antigua del Uraicept. En un extracto de la Gramática de Cenfalea, el Aprendiz, el cual murió en el 678 o 679 de nuestra era, se refiere a sí mismo solamente como el revisor de un trabajo anterior, el Uraicept na n-Eigeas, o Gramática de los Aprendices, compuesto originalmente por alguien conocido como Ferceirtne, y que puede situarse en el reino de Conchobar Mac Nessa, rey del Úlster en los albores del s. I.
O’Daly recoge también una traducción de un fragmento de esta Gramática, presente en el texto de Cenfalea, y que hace referencia a los orígenes del ogham. En concreto, sitúa el lugar de su aparición en «la isla de Hibernia, en la cual nosotros, los escotos, habitamos; el período fue el tiempo de Breas, hijo de Elatan, rey de Irlanda; la persona fue Ogma, hijo de Elatan, hermano de Breas; Breas y Ogma y Dealbh fueron los tres hijos de Breas».
La escritura oghámica
Con este texto se avala el origen mitológico y ancestral del alfabeto, y responde a la hipótesis más extendida. No obstante, debemos distinguir, de cara a nuestro estudio, un ogham gráfico, efectivamente representado en estelas y monolitos a lo largo y ancho de las tierras gaélicas (en cruces de caminos, en lugares sagrados, cerca de enterramientos, cuevas, manantiales, campos de batalla, etc.), y otro más antiguo, que es el que nos interesa, y es el que hace referencia realmente al uso de las hojas de árboles por parte de los druidas.
Los celtas insulares poseían un sistema de escritura anterior al alfabeto latino, aunque Julio César atestiguó que estaba prohibido por mandato druídico. Numerosos autores lo atestiguan, y para ello se esgrime la relativa coherencia que el corpus cultural celta mantuvo a lo largo y ancho de sus territorios, con reuniones, ceremonias, noticias y decisiones comunes, impensables sin un eficaz sistema de comunicación. Ese sistema, secreto y hermético en principio, daría lugar al alfabeto utilizado en inscripciones muy posteriormente.
En este sentido, Ogham, pues, significaría una manera secreta o misteriosa de transmitir mensajes, que difiere fundamentalmente de la forma vulgar. Se señala como único en su origen, y manteniendo muy poca afinidad con otros sistemas conocidos. Esta forma de escribir se denomina Ogham Craov. Para escribir en ogham, primeramente debe ser señalado un tronco principal en forma de línea, denominado fleasg, dibujada o tallada, sobre la que se incorporan, vertical y oblicuamente, un número de líneas simples, entre una y cinco. De esta manera, el carácter mágico o simbólico que pudiera tener el primitivo ogham druídico (simples hojas ensartadas en un cordel) sigue manteniendo una fuerte relación con el mundo vegetal, intentando recrear al escribir la forma de un árbol con su tronco principal y ramas secundarias. Por ello será que junto a este aspecto general, cada letra así formada se llame con el nombre de un árbol, hierba, enredadera o matorral específico. Esta semejanza arbórea se continúa en la forma de lectura, dado que comienza en la raíz, es decir, en la parte más baja de la obra gráfica, y asciende a la supuesta copa del mensaje. El tronco, la línea central, suele aparecer en la mayoría de los monumentos encontrados en el ángulo de la piedra, o como una elevación en el centro. Muy pocos restos lo muestran como una incisión en la cara de la piedra.
No es de extrañar que, al igual que ha ocurrido a lo largo y ancho de todo el mundo cuando una civilización se impone a otra, los primitivos evangelizadores de Irlanda utilizaran este lenguaje y lo adaptaran para sus propios fines, encontrándose una proliferación de textos cristianos en una época en la que Irlanda aún no se podía considerar evangelizada.
Las plantas del alfabeto oghámico
Dejando a un lado, finalmente, la discusión de la antigüedad, de la autenticidad, e incluso de la supuesta intencionalidad de este alfabeto, no resulta extraño que los celtas utilizaran elementos tan integrados en su propia concepción del mundo, como fueron los árboles, para esta forma de comunicación. Los autores establecen entre 36 y 48 árboles importantes entre la tradición, usados en los denominados Ogham arbóreo y Ogham de varas. El arbóreo es el referido a sucesiones de hojas ensartadas en un cordel o tripa, mientras que el de varas se refería a bastones usualmente coloreados de rojo (promesas o nudos), sobre el que se realizaban las incisiones, y que se agrupaban en coelbrenis.
Abedul – Beth (birch): es el árbol sagrado por excelencia de las poblaciones siberianas. A veces se asocia a la luna, e incluso a la vez al sol y a la luna, recogiendo entonces un simbolismo doble de padre y madre, macho y hembra. Simboliza la vía por donde baja la energía celestial y por donde sube la aspiración humana hacia lo alto. Sin embargo, en el mundo céltico su simbolismo comenzará siendo funerario, tal y como se recoge en el verso «la copa del abedul nos ha cubierto de hojas; él transforma y cambia nuestro menoscabo [o muerte]».
Al ser el primer árbol citado en el alfabeto, también simboliza el nuevo despertar, el crecimiento y las ganancias, a lo que habría que añadir protección. Cierta tradición en Pembrokeshire (Gran Bretaña) lleva a las jóvenes a entregar a su amado una pieza de abedul como símbolo, acompañado de la frase «ahora puedes comenzar». También para la fiesta de Beltaine, celebrada la luna llena de primeros de mayo (fecha de llegada de los Tuatha De Danann, legendarios antepasados), varas de abedul son utilizadas para avivar el fuego. Estos autores también citan que los conjuros amorosos surten mejor efecto si se escriben con tinta roja sobre corteza de abedul, y recogidas durante la luna nueva.
Algunas crónicas cristianas citan la quema de libros de druidas, que bien pudieran ser las varas filidh o textos oghámicos sobre corteza de abedul.
Serbal – Luis (quicken): se le atribuye la capacidad de mantener alejadas a las brujas o cualquier otra influencia maligna; se considera que el látigo hecho de serbal es el único que puede controlar a los caballos poseídos por el diablo. En las Highlands es un árbol de la vida, porque su fruto perenne aplaca el deseo de comida por mucho tiempo (fruto que, de hecho, es muy rico en vitamina C, astringente, de sabor ácido y amargo, aunque levemente tóxico).
Junto con el tejo y el avellano, es uno de los tres árboles favoritos de los druidas. Es el árbol consagrado a la diosa Brigit (diosa del fuego y de la inspiración), y al mes de diciembre, con un gran contenido mágico que se usaba para tallar varitas, cayados, amuletos y encantos. Una rama bifurcada de serbal puede ayudar a encontrar agua, pero también metales y adivinación en general. Las hogueras de madera de serbal se utilizaban para convocar espíritus.
Aliso – Fearn (alder): en su vertiente utilitaria, diversas partes del aliso eran empleadas para teñir con distintas tonalidades: las hojas, para el rojo; flores para el verde y ramas para el marrón. Quiere la tradición que, como con sus ramas jóvenes es fácil fabricar silbatos, la antigua superstición de hechizar al viento silbando proviene del uso de este árbol. En el glosario de Cormac es llamado ro-eim, aquel que enrojece el rostro. En los poemas que recogen las batallas libradas por héroes o dioses, no es infrecuente encontrar la expresión héroes carmesíes.
La madera de este árbol fue utilizada por Bran, el Elegido (dios protector de los bardos), para el puente que construyó uniendo Gales e Irlanda cuando se encargó del rescate de su hermana Branwen. No falta razón a esta tradición, porque su madera es muy resistente al agua, siendo utilizada en cubos para la leche o el agua, ruedas para molinos y compuertas de acequias. Se han encontrado palafitos cuyos pilares son de madera de aliso.
Al ser talado, parece sangrar, lo que refuerza su carácter sagrado.
Sauce – sail (sallow): en Occidente, a veces se relaciona el sauce llorón con la muerte, quizás debido a la morfología del árbol, que evoca tristeza, decaimiento. Pero en alusión a su conocida vivacidad, también se relaciona con la supervivencia. San Bernardo relaciona el sauce eternamente verde con la Virgen María.
Es uno de los árboles sagrados para los druidas, y uno de los siete árboles irlandeses, o Siete Árboles Jefes altomedievales. Sus bosques se consideraban tan poderosos que tanto sacerdotes como artesanos iban a sentarse entre los troncos para conseguir elocuencia, inspiración y todo tipo de dones. Para conseguir lo deseado, se recurre al lazo de hadas, es decir, elegir un brote tierno con el que se puede hacer un nudo; mientras se realiza la lazada, hablar con el árbol y explicarle la petición. Una vez conseguido el deseo, es necesario volver y soltar el nudo, sin olvidar dar las gracias al árbol y dejarle un regalo.
Es un árbol femenino y lunar, cuya madera está consagrada a la Cazadora. Quizás este aspecto nocturno es el que matiza la personalidad del sauce, volviéndolo en algunas ocasiones siniestro por su capacidad, según la tradición, de desprenderse del suelo y perseguir a los viajeros, tan presente entre los pueblos de las islas británicas.
De manera contrapuesta, el sauce también fue un árbol venerado por su capacidad de curar (contenido en ácido acetilsalicílico). La caja del arpa gaélica se fabricaba con tronco de sauce, y según otra tradición, las brujas navegaban en cestos de sauce durante los ritos lunares.
Fresno – nin (ash): las ramas del fresno fueron utilizadas para lanzas, postes y herramientas, e incluso como vara druídica. Se sabe que ciertas sociedades anteriores a la Edad del Bronce hacían sus utensilios y armas con varas de fresno endurecidas al fuego, y que en la Ilíada, Homero utiliza como sinónimos lanza y fresno.
Se cree que el fresno espanta las serpientes, ejerciendo sobre ellas cierto poder mágico, hasta tal punto que prefieren pasar por una hoguera antes que por las ramas de un fresno, añadiendo que «una tisana de hojas de fresno mezclada con el vino tiene gran eficacia contra el poder del veneno».
Entre las tradiciones escandinavas, es símbolo de inmortalidad y el nexo entre los tres planos del cosmos. Para los pueblos germánicos, el fresno es Yggdrasil, el Árbol del Mundo, a cuya sombra se despliega la creación. Se considera que el fresno, en la región de la Gran Cabilia (norte de Argelia) y en la Europa del Norte, es un árbol femenino por excelencia. Es la mujer la que debe trepar por él para cortar el forraje necesario para la alimentación de las bestias. Del fresno deben ser suspendidos ciertos amuletos, particularmente aquellos que atraen el corazón de los hombres. En cierta manera, está vedado al hombre, y se cuenta que si este planta un fresno, «perderá un macho de su familia, o su mujer no pondrá en el mundo más que hijos nacidos muertos, ya que, según he sabido, todo cuanto es fecundidad y vida resulta también, por compensación, un riesgo de detracción de vida y fecundidad…».
Majuelo, espino blanco – huazh (hawthorn): Pinto cita a MacManus, quien refiere la creencia de que algunos árboles son frecuentados por seres feéricos, citando específicamente un grupo de tres árboles: dos espinos y un saúco. Si la trilogía es roble-fresno-espino, al crecer juntos y ser podado un vástago de cada uno, uniéndolos todos por una hebra roja, resultan de gran protección contra los espíritus de la noche.
Durante la noche, en la fiesta de Beltaine, se solían esparcir por los campos tizones, ramas ardientes, alternando con otras de espino blanco, asegurando la fertilidad futura de las cosechas. Solían plantarse alrededor de las tumbas de personalidades, y es uno de los árboles que concede deseos si se cuelga de sus ramas una pieza de tela indicando el mismo.
Las varitas mágicas hechas con madera de espino blanco poseen mucho poder. Sin embargo, se consideraba de mal agüero introducir en la casa capullos de este árbol, tradición que aún hoy en día continúa, y en general era tratado con mucho respeto, dado que, excepto en la fiesta antes descrita, no estaba permitido arrancarle ramas.
Roble – duir (oak): todos los autores coinciden en asociar, a efectos simbólicos, el roble con la encina entre los celtas. Ambos son árboles sagrados en todo el ámbito ario, investidos de la divinidad suprema del cielo, sea Zeus, Júpiter o cualquier otro. La maza de Hércules era de encina. Es un árbol que indica solidez, potencia, longevidad y altura tanto en sentido espiritual como material. Plinio el Viejo apoya la etimología de la palabra druida con drus, roble, siendo estos los hombres de roble. Sin embargo, roble es una palabra diferente en todas las lenguas célticas, incluyendo el galo (dervo).
Está consagrado al dios celta Dagda, el Creador. Este dios poseía un arpa de roble vivo con el que cantaba y permitía que las distintas estaciones se fueran sucediendo de manera natural. Encarna el principio masculino, pero no completa su perfección hasta ser cabalgado por el femenino, el muérdago. No todos los robles son sagrados, solo aquellos que portan entre sus ramas la divina planta. Representa también entre los celtas, por su amplio follaje, el emblema de la hospitalidad. La tradición quiere que parte de los rituales celebrados bajo las ramas de las encinas fuera la copulación de sacerdotes y sacerdotisas, física y mentalmente, simbolizando la unión del cielo y la tierra por el rayo que tan a menudo cae en estos árboles. Las agallas de roble eran conocidas como Huevos de Serpiente.
Acebo – tinne (holly): el acebo estaba consagrado a Morrigu o Morrigan, la diosa celta de la muerte y de la destrucción (en una de sus facetas; como Perséfone). Mientras sus rojas bayas simbolizan el menstruo, el muérdago de bayas blancas simboliza el semen. Ya se empleaba muérdago durante el solsticio de invierno como decoración de las casas celtas, y por ello fue que la Iglesia combatiera esta práctica introduciendo en la Alta Edad Media la decoración con acebo . Una antigua historia celta, que se representaba como cuento popular al comienzo del invierno, explicaba cómo el Rey Roble reinaba sobre la mitad luminosa y cálida del año, cuando sus hojas verdes estaban en su mayor esplendor. Por contra, el Rey Acebo reinaba sobre la parte oscura y fría, cuando el roble, justamente, perdía sus hojas y el acebo, sin embargo, mantenía el verde de las suyas, que además adornaba de bayas rojas.
Entre los hechizos de amor, si un hombre lleva consigo una bolsita llena con sus hojas y bayas, incrementará su capacidad de atraer a una mujer. Plantado cerca de una casa, rechaza los encantamientos negativos lanzados contra sus habitantes.
Avellano – coll (hazle): fue uno de los árboles más usados para el ogham. El avellano es similar en este uso al abedul, y la avellana, considerada un fruto de ciencia. Uno de los reyes míticos de Irlanda se llamaba MacGuill, Hijo del Avellano. Según la mitología germánica, Iduna, diosa de la vida, es liberada por Loki, que se transforma en halcón y que la lleva en forma de avellana. En Islandia, un cuento representa a una duquesa estéril paseando por un avellanar para que los dioses la vuelvan fértil. En Hannover, la tradición quiere que la gente grite ¡Avellanas, avellanas! a los recién casados, y que la novia distribuya avellanas al tercer día para explicar que el matrimonio ha sido consumado. En Alemania todavía se utiliza «romper avellanas» como eufemismo amoroso. Se menciona que, en Normandía, se golpea tres veces a las vacas con una varita de avellano para que den leche. No es de extrañar que en un acta de brujería de 1596 se cite: «si en la noche de Walpurgis dicha bruja habría pegado a la vaca con la varita del diablo, tal vaca daba leche todo el año».
Es uno de los árboles más utilizados en magia por los druidas, y otro cuyas varitas poseen enorme poder. Estuvo siempre asociado a la sabiduría, al conocimiento secreto y a la adivinación. En las Highlands, dependiendo de cómo ardan las bayas, en sus saltos y chisporroteos, pueden deducirse respuestas adivinatorias.
Era uno de los Siete Árboles Jefes, y en Irlanda, la tala ilegal de un avellano podía acarrear la muerte.
Manzano – queine (apple): el manzano es un árbol cuyo simbolismo nos es más cercano, aunque solo sea por la famosa Isla de las Hespérides, la manzana de la discordia o la fruta de Hebe, la eternamente joven; o la manzana de Freya (en otra versión), como símbolo del fuego del pensamiento.
El simbolismo de la manzana parece proceder de lo que en su interior contiene, esto es, una estrella de cinco puntas formada por los alveolos de las pepitas; esa es la razón de ver en este fruto un símbolo del conocimiento y de la libertad, y comer la manzana significa adquirir la inteligencia que nos vuelve conscientes y nos expulsa del paraíso (la felicidad de la ignorancia, según los budistas). Por ello, la manzana es símbolo de Cerridwen, la diosa galesa de la siembra, también referida como Morrigu (ver en este mismo artículo Acebo). Cerridwen poseía un caldero mágico que muchas veces se ha asociado al Santo Grial.
En las tradiciones celtas, la manzana también es una fruta de ciencia, además de revelación. Entre los objetos que el dios Lug impone conseguir a los tres hijos de Tuirenn figuran tres manzanas del Jardín de las Hespérides (Chevalier 1993). Y si la manzana es una fruta maravillosa, abellio (‘manzano’ en céltico) es también un árbol del otro mundo. La isla de Avalon (o Isla de las Manzanas), es el nombre de la estancia mítica donde reposan los reyes y héroes difuntos. Allí se encuentra el rey Arturo, alegoría del Rey del Mundo, a la espera de volver a liderar sus huestes.
Como símbolo de la inmortalidad, el juego infantil consistente en atrapar manzanas con la boca, practicado la noche de Halloween, podría ser una superstición remanente de un ritual por el que se intentara vencer a la muerte con esta fruta
Álamo temblón – eab¨ad¨ (aspen): en el antiguo calendario celta, el álamo señala el equinoccio de otoño, época del año en la que va disminuyendo la luz y la noche comienza a hacerse más larga que los días. En la leyenda cristiana se cuenta que la madera de la Cruz era de álamo, y que por ello el sufrimiento y la muerte del Redentor conmovieron tanto al árbol que no pudo dejar de temblar. Es utilizado en terapia floral contra las pesadillas, sueños inquietantes y sonambulismo, especialmente si hay ansiedad o miedo irracional en el cuadro del paciente.
Es el árbol consagrado a Heracles según el mundo griego. Cuando el héroe descendió a los infiernos, se hizo una corona de ramas de álamo, quedando la cara clara de las hojas hacia él, y el lado vuelto hacia el exterior con el color del humo. De ahí procede el doble color de sus hojas, y en ello estriba el simbolismo del álamo. La madera de álamo blanco es la única que se permite utilizar en los sacrificios a Zeus.
Es un árbol ligado a los infiernos, al dolor y al sacrificio, a las lágrimas. Árbol funerario, simboliza las fuerzas regresivas de la naturaleza, el recuerdo más que la esperanza, el pasado más que el porvenir.
Evónimo – oin (spindletree): resulta curioso, pero pocas plantas gaélicas son nombradas con una palabra que empiece por la letra O. Se ha asociado a este arbusto con un aspecto suntuario celta, dado que su madera, siendo dura y apropiada para trabajar piezas pequeñas, solía usarse en las antiguas ruecas. A la tradición ocultista ha pasado una carta de tarot (la Tejedora) que, derivando de las parcas helenas, se refiere de alguna forma al Hilo del Destino. En un plano mucho más práctico, los celtas fueron conocidos por su ropa de colores brillantes, que probablemente tejieron con instrumental fabricado con evónimo. Las piezas de telar y los contrapesos usados solían venir acompañados de mensajes en ogham. La flor del evónimo significa «your charms are engraven on my heart».
Por último, este árbol evoca la dualidad del uso de su madera, pero también lo venenoso de sus frutos. Nadie sabe lo que se encuentra al final del hilo (y por eso las parcas son ciegas).
Madreselva – uilleann (woodbine): en conjuros mágicos, la madreselva era necesaria para elaborar los inciensos amorosos, pero también filtros para invocar la buena suerte, la justicia, la fortuna y en rituales de clarividencia y adivinación (junto con otros vegetales).
Grosella – ipin (gooseberry): no se ha encontrado ninguna mención al simbolismo de la grosella o del grosellero, ni en español ni en inglés.
Vid – muin (vine): conviene señalar que la mayoría de los árboles usados para el ogham son árboles de bosque y nativos de las Islas Británicas, principalmente de las familias de las betuláceas y las rosáceas. Excepto la vid. Robert Graves señala que esto podría ser una prueba de que este alfabeto podría haber sido traído en épocas muy primitivas desde lugares donde la vid ya se encontraba en estado silvestre, en zonas boscosas: propone la costa meridional del Mar Negro. En el poema La guerra de los árboles, escrito según la tradición por Taliesin (el Merlín histórico, o según otras versiones, su progenitor), se señala la vid en los siguientes versos:
Muy airada estaba la vid, cuyos secuaces son los olmos.
Yo la elogio mucho ante los gobernantes de los reinos.
Por sus connotaciones cristianas, suele encontrarse en época altomedieval representada, junto al muérdago y la hiedra, como símbolo del renacimiento, sobre rocas y lápidas.
Será en las religiones del Cercano Oriente donde la vid posea un mayor simbolismo, relacionado con la vida y emparentado con una tradición mesiánica, presente no solo en el Antiguo y Nuevo Testamento, sino también en los textos judíos no cristianos.
Entre los griegos, es una planta relativamente moderna respecto al trigo, y no está asociada a Démeter, sino a Dionisos, de culto posterior. Chevalier encuentra que, estando relacionado Dionisos con los misterios de la muerte, es lo que hizo trasponer la vid como símbolo funerario a la simbología cristiana, a la que hace referencia Bateman.
Es obvio que el fruto de la vid, fermentado directamente como vino o destilado indirectamente como alcohol, posee innumerables referencias y connotaciones simbólicas. Baste decir que no hay ritual en el que no esté presente su bebida, de una manera u otra, antes, durante o después. De hecho, el estudio de esta planta y su licor daría para un artículo él solo.
Hiedra – gort (ivy): su representación más famosa es como ornamento en la corona de Dionisos. Dionisos llevaba una corona de hiedra (originariamente, no de parra), símbolo de la inmortalidad, que también se enroscaba alrededor de su tirso y del leño que lo representaban. Siempre verde, representa la fuerza vegetativa y la persistencia del deseo. Como invocadora del dios, la hiedra es símbolo femenino, y revela necesidad de protección. También estaba consagrada a Attis, de quien Cibeles se enamoró; representa entonces el ciclo indefinido de la muerte y los renacimientos, el mito del eterno retorno.
Más que una enredadera, es considerada una hierba sagrada entre los druidas. Se relaciona con el solsticio de invierno, durante el cual se empleará como decoración. Para los sacerdotes celtas, que una planta de hiedra crezca sobre una casa o alrededor de ella proporciona protección.
Retama, gayomba, hiniesta – ngedul (broom): los celtas irlandeses la denominaban «poder del médico», por las propiedades diuréticas de sus brotes. Puede ser sustituida en los rituales por la aliaga durante el equinoccio de primavera. Con los escobones fabricados con estas plantas se barrían los escenarios donde iban a tener lugar los ritos y encantamientos. Quemando sus yemas se puede calmar el viento.
Mac Manus también le otorga propiedades feéricas, junto al abeto, el abedul y el espino negro.
Endrino – ztraif (blackthorn): es el árbol cuyas espinas se empleaban para clavar en muñecos, ejerciendo de esta manera magia negra simpática. Aparece citado en hechizos de maldiciones.
Era utilizado en la construcción de garrotes y bastones de peregrino, así como para cetros de brujas, por lo que este árbol inspiraba temor y respeto. Para los celtas bretones, el endrino en flor fue considerado la Madre del Bosque. Sus frutos maduros producen un destilado similar a la ginebra, el sloe gin (sloe o slaes es el nombre que recibe el fruto del endrino en gaélico).
En heráldica da lugar a la figura del crequier, y como planta espinosa, simboliza la lucha interna en la superación de las adversidades.
Sauco – reis (elder): el saúco presenta asociaciones ambivalentes de la tradición celta, tanto positivas como negativas. Las negativas recuerdan que cuando el conocimiento se reverencia hasta desvirtuarse, el pueblo pronto se vuelve temeroso y supersticioso; se relaciona con el desagradable polvo verde que recubre las ramas del árbol (www.almargen.com). La contraparte positiva la aportan las propiedades terapéuticas de las flores de saúco. Quizás por ello estuviera consagrado tanto a la Dama Blanca como al solsticio de verano, y usado por los druidas tanto para bendecir como para maldecir.
El saúco que crecía al costado de muchas casas en los campos irlandeses era utilizado como protección contra los rayos. En la Isla de Man fue siempre considerado un árbol feérico, y nunca debe cortarse un árbol que pueda conllevar un pleito con las hadas… Killip (1975) recoge la tradición de que cuando los viejos saúcos fueron cortados en Ballakoig —una vieja granja de esta isla que necesitaba ampliar terreno— las hadas aparecieron todas las noches llorando y lamentando la pérdida de sus hogares.
En el condado de Lincoln no se puede cortar un saúco sin solicitar previamente la hoja de la anciana dama, al igual que los daneses no cortan estos árboles por temor a Hyldemoer, la madre mayor, que habita en su tronco. En Irlanda, los palos de escoba de las brujas, aquellos con los que conseguían volar, estaban hechos de ramas de saúco.
Cruces de saúco solían situarse en los soportales de las casas y establos, y esconderse en las crines y colas del ganado para protegerlos de todo tipo de daño.
Según aporta K. Briggs, el saúco posee dos aspectos míticos, que guardan relación con esa ambivalencia de la que hemos hablado líneas arriba. Lo ejemplifica con el relato de Hans C. Andersen, Madre Flor de Saúco.
Flores y frutos de saúco son utilizados en la elaboración de vino, e incluso se cuenta que los habitantes feéricos encontraban en ellos protección contra los espíritus malignos de los bosques. Sin embargo, en el condado de Oxford y en las Midlands, muchos saúcos eran sospechosos de ser brujas transformadas en árboles, y se suponía que podían sangrar al ser cortados.
Al saúco estaba consagrado el mes más corto del año, el 13.º, simplemente insertado en el calendario para redondear el número de días.
Abeto – ailm (fir): aparece el abeto en la mitología asociado a los Fir-Bolgs, poderosos hechiceros que fueron expulsados de la mítica Atlántida, donde fir, árbol o abeto, se interpreta por extensión como sabiduría. Se considera también un árbol feérico.
Parece ser que la costumbre del árbol de Navidad surgió durante la primera mitad del siglo VIII, en Alemania. La versión más extendida nos cuenta que el misionero británico san Bonifacio, intentando convencer a unos druidas alemanes, derribó un roble que, al caer, destrozó todas las plantas de los alrededores excepto un abeto. San Bonifacio interpretó aquello como un milagro, y a partir de entonces los cristianos celebraron las Navidades plantando abetos.
Druantia, diosa de los druidas, era también la diosa de los abetos. El abeto era utilizado en conjuros para conseguir la felicidad, la armonía y la paz, la inspiración, la sabiduría, y también como protección y defensa.
Aulaga – ohn (furze): sus flores amarillas y doradas están relacionadas con el equinoccio de primavera, y son consideradas muy potentes contra hechizos de magia negra. Para protegerse contra cualquier tipo de conflicto basta quemar su madera y sus capullos. La propia palabra aulaga parece ser un vocablo prerromano, de posible origen celta.
Brezo – ur (heath): en el poema La batalla de los árboles, se dice del brezo:
«El brezo consolaba a la gente exánime».
Según J. G. Campbell, en su libro Supersticiones de las tierras altas e islas de Escocia, las hadas suelen celebrar banquetes donde degustan raíces de potentilla, tallos de brezo, papilla de cebada, pan de cereales, setas y miel, rociando todo ello con una generosa ración de rocío y leche de cierva y cabra.
Se empleaba en el solsticio de verano para lograr amor y protección. Sin embargo, se menciona que el brezo rojo fomenta la pasión, mientras que el blanco la enfría y aleja a los pretendientes no deseados. Es utilizado en los hechizos de amor, de protección y defensa.
Tejo – idho (yew): el tejo es un árbol funerario en el mundo celta, y en Irlanda también fue utilizado como soporte para el ogham. Pero, sobre todo, se considera en la tradición insular el más antiguo de los árboles. Es el último que cierra la serie de los caracteres oghámicos y los forfeda. Famoso es en la fabricación de escudos y lanzas, por lo que se relaciona con el simbolismo militar. Algunos nombres étnicos galos (eburovices, combatientes por el tejo) mantienen esta afirmación. Sin embargo, por encima de todo, la propiedad que parece destacar en su simbolismo es la toxicidad de sus frutos. El propio Julio César cita el ejemplo de cómo algunos reyes galos se dan muerte con el tejo una vez vencidos. También los guerreros preferían ingerirlo antes que caer presos, y la rigidez que aportan las toxinas del tejo confería al rostro de los combatientes una risa sardónica, haciendo que sus enemigos contemplasen cómo los vencidos se mofaban de ellos incluso después de muertos. En Irlanda es una creencia común que cuando un tejo crece en un cementerio, las raíces penetran a través de la boca del muerto. La rueda del Apocalipsis celta, del druida Mog Ruith, es de madera de tejo. Al rey supremo de Irlanda también se le conoce como Eochaid (que combate por el tejo).
Sánchez Sanz considera al tejo más sagrado que el propio roble, y lo incluye en la tríada tejo-serbal-avellano.
El tejo estaba consagrado al solsticio de invierno, a las deidades de la muerte y del renacer. Los irlandeses solían dejar sobre las tumbas madera u hojas de tejo como recordatorio de que la muerte no es sino una puerta más a atravesar en el sendero. Su asociación con la muerte y la otra vida tiene un punto de vista positivo.
Siendo uno de los Árboles Jefe, su tala ilegal acarreaba una multa de una vaca, e incluso tres, dependiendo del número de ejemplares cortados.
La madera de tejo era utilizada para las varas de ogham, debido a su prodigiosa durabilidad.
Conclusiones
La presencia de un sistema de comunicación escrita entre la mayoría de los pueblos de origen celta es algo que hoy muy pocos discuten. Esta forma de comunicación se inspiró desde el principio en los elementos que los sacerdotes y sacerdotisas que la alumbraron tenían a su disposición, esto es, el mundo vegetal. Con el correr del tiempo, y con alguna ambivalencia derivada de este correr, hemos podido realizar un recorrido breve pero intenso del simbolismo y de los usos mágicos (principalmente) que se les ha venido dando a las plantas cuyas hojas son usadas en el ogham.
Es curioso comprobar cómo el conocimiento de la utilidad de las plantas investigadas ha derivado en usos comunes en todo el ámbito mediterráneo y europeo, región geográfica donde nos hemos movido principalmente, y que dichos usos, por simpatía, han derivado también en particularidades y creencias en muchos casos similares. Demuestra un acervo cultural común, mucho más arcaico y primitivo de lo que suponemos, y quizás localizado en los primeros tiempos del hombre, donde las plantas eran el recurso que más fácilmente se tenía a mano para comer, sanarse o fabricar utensilios de cualquier índole.
También hemos podido comprobar cómo se carece de una aproximación académica científica al contenido simbólico de estos vegetales más o menos sagrados entre los celtas, pero en cualquier caso, reverenciados y respetados, y que necesitarían de una profunda revisión de los documentos donde tal simbolismo aparece. Incluso se ha visto cierta confusión con las plantas que figuran como oghámicas. Nos hemos atrevido, en esos casos, a rehacer la lista de los vegetales tradicionalmente considerados, como ha ocurrido con el evónimo europeo, aportando humildemente nuestro trabajo para este objetivo, y demostrando que ejercicios como el presente también descubren conocimientos nuevos.
Queda pendiente, pues, dicha revisión. Quizás podamos entonces comprobar desde el punto de vista de la botánica cómo muchas de las capacidades de los principios activos del mundo vegetal eran ya conocidas desde antiguo, y quizás fueran el origen de la simbología de árboles, arbustos y hierbas.
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