Thursday, September 16, 2021 -- 11.00 am ---ESTRAPERLO ---
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economato
Establecimiento organizado en forma de cooperativa o sostenido por algunas empresas, donde ciertos colectivos, en especial de trabajadores, pueden adquirir productos a un precio más económico que en otros comercios.
"la empresa ha ido ofreciendo al pueblo algunas compensaciones, como un excelente polideportivo y un economato accesible a todos los vecinos
estraperlo
ESPAÑA
Actividad ilegal que consiste en comerciar con artículos intervenidos por el Estado o sujetos a tasa; se aplicó especialmente al comercio de productos racionados posterior a la Guerra Civil Española.
"poco a poco, el hambre desaparece y también las cartillas de racionamiento y el estraperlo
la picaresca ----mercado negro
contrabando----------¿Qué fue el escándalo del estraperlo?
¿Qué es Estraperlista en España?
m. y f. coloq. Persona que practica el estraperlo (‖ comercio ilegal )
El escándalo Nombela o asunto Nombela fue un caso de corrupción de gran impacto político que se produjo en España a finales de 1935 durante el segundo bienio de la Segunda República Española y en el que se vieron envueltos destacados miembros del Partido Republicano Radical y su líder Alejandro Lerroux, que en aquello---------
El escándalo Nombela o asunto Nombela fue un caso de corrupción de gran impacto político que se produjo en España a finales de 1935 durante el segundo bienio de la Segunda República Española y en el que se vieron envueltos destacados miembros del Partido Republicano Radical y su líder Alejandro Lerroux, que en aquellos
Quién es Manuel Azaña?
Manuel Azaña Díaz, registrado inicialmente como Manuel María Nicanor Federico Azaña Díaz-Gallo (Alcalá de Henares, 10 de enero de 1880-Hotel du Midi, «extensión de la embajada de México», en Montauban, Francia, 3 de noviembre de 1940) y conocido como Manuel Azaña, fue un político, escritor y periodista español,
pobrismo
¿Qué significa Traspelo?
Traspelado. adj. Trastornado, loco.
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bagaudas ------ Sus integrantes eran principalmente soldados desertores de las legiones o colonos evadidos de sus obligaciones fiscales, esclavos huidos, forajidos o indigentes ..
los pobres de de espiritu -
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En 1935 el estraperlo fulminó la carrera política de Alejandro Lerroux, líd-- los micripsiquicoser del Partido Radical. Y no deja de ser una cierta ironía que un juego de azar fuera la causa del final de la trayectoria de un político que, si se distinguió por algo, fue por apostar fuerte. Actualmente su personalidad aún suscita debates: mientras unos lo consideran un hombre sin escrúpulos ni ideología, otros sostienen que fue un dirigente pragmático con una visión clara de hacia dónde conducir una España convulsa.
Nada es al azar
Dos años antes había aparecido en la escena española un ciudadano llamado Daniel Strauss, nacido en Holanda, pero nacionalizado mexicano. Este individuo, en compañía de un socio llamado Perl, o Perlowitz, según qué fuentes se consulten, había patentado una ruleta de trece números con una particularidad: mediante el cálculo, permitía adivinar en qué lugar iba a caer la bola.
Tal peculiaridad no era baladí, porque de esta forma se podían sortear las restricciones existentes durante la Segunda República para los juegos de azar. Strauss y su amigo Perl bautizaron su ingenio Straperlo, y lo calificaron de “juego de salón”. El aparato se estrenó en La Haya y como resultado Strauss fue expulsado de Holanda. Luego intentaron introducirlo en los casinos de Niza y Ostende. Finalmente, el “inventor” se estableció en Barcelona e hizo pruebas de la ruleta en el casino de Sitges, sin que el gobierno catalán de Companys permitiera finalmente su explotación.
Entonces pretendió que la administración del Estado la legalizara, para lo cual usó los contactos que tenía con el Partido Radical. Los hombres clave para las gestiones fueron Aurelio Lerroux –sobrino de Alejandro Lerroux– y el subsecretario de Marina, Joan Pich i Pon. Estas mediaciones agilizaron el permiso del Ministerio de la Gobernación, ocupado en aquel entonces por el radical Rafael Salazar Alonso, en cuya sede se hicieron las primeras pruebas.
En el informe de este departamento, firmado por el subsecretario Eduardo Benzo, también del equipo de Lerroux, se explicaba: “Es una máquina parecida a una ruleta, cuya bola cae en un número, pasa por un pivote y no hay más que hacer una suma determinada con aquel por donde ha pasado la bola y en ese número cae automáticamente”. Lo que no se mencionaba en ningún lugar es que quien manejaba tan singular artefacto podía hacer que la bola cayera donde le diera la gana, mediante un dispositivo de relojería que se accionaba conun botón eléctrico.
La leyenda popular señala que Lerroux, sin leer la misiva, hizo con ella una pelota y la lanzó a la papelera.
Benzo puso en el expediente la palabra “conforme”, y en las negociaciones cambiaron de manos unos relojes de oro, de los que uno fue a parar, según se dijo, al sobrino de Lerroux. El estraperlo se instaló en el casino de San Sebastián, pero cuando apenas llevaba tres horas funcionando se presentó la policía y lo clausuró. Daniel Strauss consiguió otra autorización para trabajar en el casino de Formentor (Mallorca), donde tampoco se pudo explotar.
Ante estas dificultades, Strauss decidió recurrir de nuevo a sus amigos del Partido Radical. En abril de 1935, ante el fracaso de sus gestiones, escribió al propio Lerroux, dándole cuenta de su pretensión de usar el estraperlo en España, y le advirtió que una persona de su familia “y otras de su amistad” habían tratado con él con el fin de llevar a buen puerto la ruleta.
Por los viajes, las gestiones y las molestias pedía una indemnización de 85.000 pesetas, y si no le eran entregadas actuaría en consecuencia. La leyenda popular señala que Lerroux, sin leer la misiva, hizo con ella una pelota y la lanzó a la papelera.
El partido dinamitado
El enceste le salió caro. El 19 de octubre los diarios publicaban una nota oficial: “Ha llegado oficialmente a poder del gobierno una denuncia suscrita por un extranjero cuya personalidad no consta de modo auténtico en España, en la que se formulan acusaciones contra determinadas personas por supuestas irregularidades cometidas con ocasión del ejercicio de funciones públicas. El Gobierno ha trasladado de oficio esta denuncia al fiscal, con el propósito de que se practique la más amplia y escrupulosa investigación”.
El Gobierno, en aquel momento, estaba presidido por Joaquín Chapaprieta, y Alejandro Lerroux era ministro de Estado. El presidente de la república era Niceto Alcalá Zamora. El escándalo terminó en una comisión parlamentaria, en la que fueron inculpados ocho miembros del Partido Radical que ocupaban cargos públicos, y que fueron destituidos por el Consejo de Ministros el día 28.
Esa misma tarde se produjo la votación del dictamen, que exculpó al ex ministro de Gobernación. Tampoco la investigación judicial prosperó, pues el juez dejó patente que la ruleta quedaba en un vacío legal, por lo que no podían hallarse responsabilidades penales en su uso.
Alejandro Lerroux siempre negó su implicación en la trama y culpó del aluvión de denuncias, rumores y sospechas a sus enemigos políticos, en especial a Manuel Azaña, a quien acusó de haberse reunido con Daniel Strauss en Suiza. Jurídicamente, el estraperlo no tuvo demasiadas consecuencias, pero fue la dinamita que hizo saltar en pedazos al Partido Radical y fulminó la carrera de su líder, Alejandro Lerroux.
Hay muchos Lerroux, en él cohabitan el periodista, el duelista, el masón, el preso, el abogado, el orador, el político y el exiliado.
Pero si políticamente hizo mutis por el foro, su figura no ha desaparecido, e incluso es motivo de controversia. Una línea de historiadores considera que llevó el oportunismo a su máxima expresión, actuando con demagogia y medidos golpes de efecto. Otros defienden una revisión de su figura, pues estiman que quiso dar una salida a la Segunda República, garantizando que la derecha respetara las instituciones del sistema y creyera en él. Su fracaso, según esta tesis, fue la derrota de las fuerzas democráticas en la Guerra Civil.
Y si existe discrepancia sobre sus intenciones, no son menos las dudas sobre su persona, pues sobre él se tejió una leyenda, ya mientras participaba de la vida pública, que no permitió discernir lo que ocultaba la aureola. Así, hay quien habla de un Lerroux en distintas etapas: el hombre de origen modesto de sus inicios, el prácticamente revolucionario de la Semana Trágica, el populista afincado en Barcelona, el conspirador republicano y el gobernante. Hay muchos Lerroux, en él cohabitan el periodista, el duelista, el masón, el preso, el abogado, el orador, el político y el exiliado.
Decidido a triunfar
Todas estas facetas convergen en un hombre de biografía peculiar. Alejandro Lerroux García, cordobés de nacimiento, vino al mundo en el seno de una familia humilde. Su padre, Alejandro Lerroux Rodríguez, era un oficial del cuerpo de veterinaria militar. Los Lerroux se convirtieron en unos trashumantes siguiendo de destino en destino al cabeza de familia. Alejandro fue un estudiante mediocre, que a duras penas superó los exámenes de la escuela.
Sus memorias nos facilitan datos sobre él, pero, aunque el volumen supera las 600 páginas, es difícil encontrar en él atisbos de autocrítica. Es casi una justificación, sin reconocer errores y destacando su faceta de hombre forjado a sí mismo. Así, se disculpa asegurando que ha sido difamado por rivales periodísticos, catalanistas y socialistas.
Escribe sin complejos, demostrando que tenía una meta que llegó a cumplir. Esta no era otra que la plasmada un día en una de sus frases: “Cuando yo gobierne, porque gobernaré...”. Solo con tal decisión puede entenderse que este hombre llegara tan lejos. Una de las pocas cosas que admite es su escasa formación en sus primeros años, que luego le convirtió en un autodidacta con no pocas lagunas.
Pero eso no le arredró, y a pesar de no ser un hombre culto entró a trabajar en un periódico de ideología republicana, El País. Allí ascendió meteóricamente gracias a su falta de pudor, a su arrojo y también a que aquí iniciaría su carrera de duelista. Cinco combates (cuatro a espada y uno a tiros) reconoce en sus memorias, como también admite que gracias a ellos pudo ascender en el escalafón social y profesional.
Revolucionario en todo
El periodismo fue el escaparate que le permitió asomarse a la vida pública y luego acceder a la política. Para ello utilizó su paso por El País y por otros tres diarios: El Progreso, El Intransigente y El Radical. Establecer cuál fue el ideario que guió su trayectoria no es sencillo. De todas formas, por poco acuerdo que haya sobre la materia, sí pueden hallarse unos ejes fundamentales, fácilmente definibles en tres términos: anticlerical, anticatalanista y republicano.
Alejandro Lerroux fue el hombre que canalizó un movimiento de masas que carecía de antecedentes en nuestro país.
En un discurso pronunciado antes de las elecciones de 1901 dice: “No tengo programa porque no caben mis aspiraciones en ninguno de los conocidos, pero he aquí cuáles son mis propósitos [...]. En lo político, la sustitución de la monarquía por una república democrática, radical, reformadora, que disminuya en lo posible y a cada momento la tiranía de los poderes públicos. En lo religioso, la separación de la Iglesia y del Estado [...]. En lo económico, el establecimiento de una administración autónoma para las entidades regionales y municipales que forman la nación [...]".
"Establecer oficialmente la jornada de las ocho horas cada día y 48 cada semana, proteger al proletariado en sus luchas por la propia emancipación, reconocer la justicia y legalidad de sus aspiraciones fundamentales, ser su propio verbo y su mandatario en las Cortes [...]. Radical en lo político, socialista en lo económico, revolucionario en todas las manifestaciones de la vida, más atento a captarse voluntades y a formar conciencias que a conquistar el poder”.
Su irrupción en el ruedo político marca el declive definitivo de lospartidos nacidos en la Restauración. Es Alejandro Lerroux el hombre que canaliza un movimiento de masas que carece de antecedentes en nuestro país, y lo hace de la mano de las clases obreras más desposeídas, a las que dota, según algunos autores, de una auténtica conciencia colectiva. Ahí están sus fogosos e incendiarios discursos respecto a las detenciones en Barcelona y los inmediatamente anteriores a la Semana Trágica.
Este Alejandro Lerroux se gradúa en Barcelona, donde se traslada para enfrentarse al catalanismo pujante. Pese a las apariencias, en el terreno catalán no juega en campo contrario: la ciudad cuenta en 1898, cuando él llega, con 500.000 habitantes, y 100.000 de ellos son obreros con unas condiciones de trabajo ínfimas y unas quejas y lamentos máximos.
En ellos encuentra Lerroux su público, al que ofrece unas tácticas desconocidas hasta el momento, pero que todavía perduran y de las que fue precursor. Por ejemplo, una oratoria nueva, directa, dura, de mensaje perceptible. O la creación de agrupaciones de masas, para lo cual copia algo que ha visto fuera, las “casas del pueblo”, lugares donde reunirse.
También es el primero en organizar las meriendas populares, escenarios idóneos para difundir sus lemas y consignas. Este gusto por lo popular y por los teatros en que congregar a la multitud le valieron el apodo de “emperador del Paralelo”, en alusión a que frecuentaba esta arteria barcelonesa para conseguir respaldos.
Contradicciones
Sin embargo, para sus detractores no hay nada auténtico en este Alejandro Lerroux. Ni era tan obrerista, ni mucho menos un revolucionario. Muchos historiadores han incidido en las profundas contradicciones que aparecen en su trayectoria. Por ejemplo, criticar la corrupción política y verse salpicado por escándalos de distracción de fondos en el ayuntamiento de Barcelona, uno de sus bastiones.
O su gran interés en liderar a las clases obreras populares y ser un habitual de restaurantes caros y sastrerías exclusivas. Asombra su lista de amigos intelectuales e incluso correligionarios (Blasco Ibáñez o Pío Baroja, entre otros) que acabaron peleados con él por sus devaneos políticos. Y no puede olvidarse su deriva, que de posturas casi revolucionarias en su inicio escoró hacia la derecha cuando gobernó.
Bajo su presidencia se suspendió la reforma agraria, los salarios disminuyeron y creció el desempleo. Sus detractores son feroces, como Santiago Carrillo, que lo proclama “traidor” a la república. O, más recientemente, el periodista e historiador Rai Ferrer, quien ha escrito: “A los 29 años dirigía El País, a los 30 fundaba El Progreso, a los 40 era diputado por Barcelona y a los 69 llegaba a la jefatura del gobierno republicano. Todo un carrerón para un hombre sin escrúpulos, que descubrió muy pronto que, alcanzada la meta del dinero, lo demás era calderilla. Borracho de poder hasta las cejas, pasó toda su vida engañando al pueblo al que servía, utilizando los mismos métodos que sus colegas parlamentarios”.
Frente a estas diatribas, hay quien piensa que Lerroux no fue un ser abyecto ni despreciable. El historiador Nigel Townson sostiene que la política del radical una vez en el gobierno fue moderada, de centro y representativa de una parte importante de las clases medias urbanas. En su opinión, pretendía integrar a las derechas en el republicanismo para no excluir a un sector considerable de la población.
Irónicamente, este hombre, que aceptó todas las apuestas que le planteó el destino, fue derrotado por una ruleta trucada.
Lerroux fue, para el periodista y escritor Ramón Serrano: “El que organizó el primer partido de masas, el que fue azote de políticos caducos, el que levantó el ánimo del obrero humillado y acongojado, el que despertó ilusiones que amortiguaran sufrimientos. Su triste final no invalida la labor primera que uces y sombras de un hombre singular que transitó por unos años no menos singulares de la historia de España".
"Vivió el desastre del 98, la Semana Trágica, la caída de un rey, el advenimiento de una república y el estallido de una guerra civil. Alejandro Lerroux fue un hombre ambicioso, que quiso el poder y que lo consiguió a fuerza de actuar con audacia y decisión. Irónicamente, este hombre, que aceptó todas las apuestas que le planteó el destino, fue derrotado por una ruleta trucada y desapareció de la vida pública tras las elecciones de 1936, en las que no obtuvo acta de diputado. En ese año, sin embargo, perdieron todos”.
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El olvidado pasado de Lerroux, el republicano que llamaba a violar monjas y quemar conventos antes de la Segunda República
Aunque al final de su vida giró hacia el liberalismo y la moderación, hubo un tiempo en que pedía al proletariado alzarse contra el clero y el poder establecido
El viaje del joven Alejandro Lerroux hacia el liberalismo no pudo ser más vertiginoso. Arribó durante la última parte de su vida, cuando este político (recordado tristemente por sus contínuos cambios de partido) moderó el lenguaje populista que había esgrimido durante la primera parte de su vida y apostó por seguir una senda de moderación. De esta forma dejó patente que la fogosidad de la juevntud puede ser apaciguada por el paso del tiempo.
Sin embargo, tan real como esto es que, durante la primera parte su vida, el joven Lerroux hizo uso de los trucos clásicos de la comunicación de masas para conseguir acercarse al pueblo. Y le fue bien, vaya. En sus mítines y artículos, el político llamó una y otra vez a sus seguidores a perpetrar todo tipo de tropelías contra las monjas. «Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura, destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo a las novicias y elevadlas a la categoría de madres para civilizar la especie».
Falsos mitos
De Alejandro Lerroux ha quedado, con todo un recuerdo amargo. Los libros le definen como un oportunista ansioso de poder y un corrupto demagogo. Sin embargo, la realidad es que fue un político de masas que abandonó los dogmas durante su madurez y cuya mentalidad inclusiva fue precursora del espíritu de consenso que primó durante la Transición.
Así lo confirma a ABC el profesor titular de Historia Política de la Universidad Rey Juan Carlos Roberto Villa García. Sabe bien de lo que habla, pues ha estudiado la controvertida figura del político durante años para elaborar «Lerroux. La república liberal» (Fundación FAES). Un libro que, documentación mediante, analiza la vida de un hombre que fue tres veces presidente del Gobierno durante la Segunda República y que, según desvela el autor, ha sido maltratado por nuestra historia «por culpa de las visiones de sus adversarios». Desde los «catalanistas, hasta los socialistas y los comunistas».
«Los mismos diarios de Manuel Azaña han influido negativamente. Este siempre pensó que Lerroux había traicionado al republicanismo de izquierdas al aliarse y gobernar con las derechas católica y agraria», añade.
¿Cómo deberíamos recordarlo? En palabras de Villa, de dos formas diferentes. En primer lugar, como un joven «que encarnó el republicanismo de la España de entresiglos» y que se convirtió en «un organizador dinámico muy capaz y un líder carismático que supo integrar en la vida política sectores antes completamente inhibidos de la misma, como el obrerismo barcelonés».
Aunque también como un hombre que, en su madurez, «fue un gran liberal que intentó consolidar una Segunda República abierta, inclusiva y tolerante», además de un «sistema de libertades que debía convertir ese régimen en uno nacional, que integrara en un marco común de convivencia a todos los españoles, sin diferenciarlos por sus ideas o su procedencia política». Nada que ver con la falsa instantánea de chaquetero que ha perdurado hasta ahora.
Orígenes extremos
Nacido en Córdoba en 1864, Alejandro Lerroux vivió una infancia tan turbulenta como prolífica a nivel político. Cuando apenas contaba 26 años empezó a militar en el Partido Progresista Democrático del republicano Manuel Ruiz Zorrilla y, tras ser diputado en 1901, se adhirió a la Unión Republicana en 1903.
Durante estos primeros años se ganó la fama de demagogo por los incisivos artículos que escribía y por su anticlericalismo. La fusión entre estos dos mundos se ejemplifica con su famosa llamada a levantar las faldas de las monjas para hacerlas madres. Así lo escribió en un artículo publicado en 1906:
«Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura, destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo a las novicias y elevadlas a la categoría de madres para civilizar la especie, penetrar en los registros de la propiedad y haced hogueras con sus papeles para que el fuego purifique la infame organización social, entrad en los hogares humildes y levantad legiones de proletarios para que el mundo tiemble ante sus jóvenes dispuestos... Seguid, seguid. No os detengáis ni ante los sepulcros ni ante los altares».
Profundamente anticatalanista, no dudó en romper con su partido cuando este se alió con la Lliga Regionalista. Fue entonces cuando creó el Partido Republicano Radical, organización que lideraría entre 1908 y 1936.
Estos saltos a nivel político le convirtieron, a ojos de la sociedad, en un personaje voluble cuya única finalidad era conseguir el poder. Algo que Villa ayuda a desterrar en su obra. «Probablemente esa imagen descalificatoria de oportunista tenga que ver con que, a diferencia de otros políticos republicanos, Lerroux no era un dogmático y huía de las controversias divisivas que, antes y después de él, convertirían el movimiento republicano en una suma de impotencias», explica. En sus palabras, esta capacidad de evolucionar fue «una de las claves del éxito de su liderazgo durante tantos años».
Algo parecido ha sucedido con su fama de manipulador y agitador. «El Lerroux joven fue un demagogo. El maduro era un republicano liberal que se permitía muy pocas concesiones a la demagogia», señala. En sus palabras, el uso del populismo durante los primeros años del siglo XX era habitual entre los republicanos, «un movimiento antisistema que pretendía deslegitimar por todos los medios la monarquía constitucional creando un estado de opinión que permitiera, en una coyuntura propicia, traer la República».
Por si fuera poco, durante su etapa en Barcelona nuestro protagonista competía con el anarquismo para ganarse el favor de los obreros. «Eso explica su discurso de extrema izquierda y anticlerical», añade el experto. En todo caso, estas dos características «fueron apagándose conforme evolucionó hacia un posibilismo claramente liberal».
Controversias varias
Otro de los grandes mitos que se ha orquestado en torno a Lerroux es el que le muestra como un líder deshonesto que, durante la Segunda República, protagonizó los escándalos del Estraperlo y de Tayá-Nombela. Villa analiza ambos mediante documentación de la época para separar, al fin, el mito de la realidad. Así, reduce el primero «a su verdadera dimensión» y se zambulle en las causas del segundo. «El libro demuestra, entre otras cosas, que Nombela no fue un caso de corrupción, sino un escándalo alentado con suposiciones falsas y en el que anduvo mezclado Alcalá-Zamora con el fin de acabar con el liderazgo de Lerroux y dar el golpe de gracia a las Cortes de centro-derecha», explica.
A su vez, relativiza estos dos sucesos al compararlos con otros tantos protagonizados por otros mandatarios de la época. «Lo curioso es que esto haya condicionado la imagen de Lerroux. Políticos de la Lliga como Prat de la Riba o Puig y Cadafalch no fueron precisamente dechados de virtud administrando la Mancomunidad de Diputaciones catalanas, y sin embargo nos han llegado impolutos», completa.
Violencia contra el clero
Al final, los deseos de aquel joven Lerroux se hicieron palpables durante la Segunda República y los inicios de la Guerra Civil. La barbarie contra el clero ha sido recientemente investigada por el doctor en Historia Fernando Del Rey, quien, en su nueva obra («Retaguardia roja») se adentra en la «clerofobia» que se vivió al comenzar la contienda. La época de la «violencia en caliente», como la denomina. «Por violencia en caliente se entiende la que se sucedió en las primeras semanas de la guerra allí donde los sublevados habían sido derrotados», señala a este diario.
Poco después del 18 de julio de 1936, cuando se produjo el Alzamiento, los partidarios de la Segunda República se ofuscaron en acabar con el «enemigo interior»: todo aquel sospechoso de ser partidario de la sublevación y que pudiera unirse al ejército enemigo si este llegaba hasta la zona. «Se detuvo a miles de derechistas que fueron a parar a las cárceles. En ese proceso, y sin que respondiera a una planificación previa, hubo algunos muertos cuando se produjeron choques. Hay que entender que muchos se resistieron a ser detenidos y que a algunos milicianos se les iba la mano», desvela.
Los religiosos de sotana y misa se vieron envueltos en este torbellino de tensión, miedo y desaire debido a que el miliciano de base los veía como unos «compinches de los golpistas». Ello, a pesar de que, en palabras del experto, «muchos se limitaban a rezar». Esa idea del «monje trabucaire partidario del enemigo solo por el hecho de serlo» era general. «El clero de base, el secular, era visto como un agente político. Ejercía el papel de ideólogo de la derecha en esa dialéctica de odio político», añade.
En su obra, el autor afirma que esta mentalidad estaba instaurda desde el siglo XIX, cuando «la fe religiosa se ligó en la cultura de las izquierdas europeas a la idea de la opresión del “pueblo”». Ejemplo de ello es que el marxismo la comparaba con el «opio del pueblo» y aseguraba que estaba al servicio de los ricos y de los poderosos. «Tales postulados se interiorizaron pronto en España, primero en los medios republicanos anticlericales y después en las distintas corrientes obreristas», completa.
En todo caso, también deja claro que la mayor parte no tuvieron que soportar torturas, como afirman algunos expertos. A su vez, rechaza que se califique a la represión general como «genocio» u «holocausto».
Lo que llama la atención al autor es el caso del clero que trabajaba en monasterios y no predicaba desde los púlpitos. La respuesta se encuentra en la imagen negativa que se había asociado al clero. «Creo que no funcionó la lógica del combate político previo tanto como en el estereotipo. Todos los tópicos denigratorios (como que eran homosexuales) se cernieron sobre esa figura», desvela. Las muertes de esta parte del clero fueron fomentadas, en parte, por la administración. «Decían que había que tener ojo con los conventos porque podían servir como fortalezas para refugiar fascistas. Había verdadera obsesión con los campanarios. Y en el fondo era verdad porque eran auténticas fortalezas arquitectónicas», a
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